martes, 24 de febrero de 2009

Alberto Ruy Sánchez, Facebook y la censura


“Facebook te ayuda a comunicarte y compartir tu vida con las personas que conoces”, es lo que dice la página de inicio a donde llegué, como todos, por invitación y a la que decidí entrar por tres razones:

  1. Leí en un diario español (El país o el ABC, no lo recuerdo) una nota que planteaba la intrigante historia de una muchacha que tenía cientos de miles de amigos (estoy exagerando, pero sigo sin recordar: eran muchísimos) en Facebook y ninguno en la vida real.
  2. Quería saber de viejos amigos reales, cuya presencia en las pláticas de sobremesa en mi casa es frecuente.
  3. Estoy escribiendo una novela que de algún modo tiene que ver con FB, aunque en su versión bíblica (Dice en el Apocalipsis: “Después miré, y he aquí que el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su padre escrito en la frente”).

No soy muy adicta, no entiendo muy bien cómo manejar las cosas, tampoco sé cómo eliminar mi nombre de algunas discusiones muy tontas o de la lectura de textos infinitos (como éste) que evidencian que ya es real una de las peores pesadillas del crítico canónico, aunque también, quizá, del arte mismo: la democratización del genio. La masificación del gusto tiene que ver también con los regalos de FB, cuyo código me parecía insondable (¿por qué alguien que no conozco personalmente me puede mandar un planeta neptuno?) hasta que comprendí, desilusionada, que nadie te manda regalos a ti sino que hay una lista donde tú puedes elegir a tus amigos o marcarlos a todos de una vez y enviarles de regalo la luna, saturno, gatitos, besos, rosas, etc. La desilusión fue similar a la que cada año sufro en Navidad: mi padre tiene cinco hijas, llega dos horas antes de la fiesta a Sanborns, le dicta a la dependienta las edades de mis hermanas y mía, y la joven, rapidito, elige el perfume que, piensa, se aviene más a nuestras canas. La falta de criterio de la muchacha, su abismal ignorancia sobre nosotras como individuos, puede provocar oleadas de descontento entre los villancicos.


Ayer llegó a mi correo un mensaje de FB donde se me invitaba a pertenecer a un grupo contra la censura. Como ya me da miedo picarle y hacer alguna burrada, antes de aceptar fui al blog de referencia. Era el de Alberto Ruy Sánchez y allí contaba que Facebook había censurado la imagen de portada de su libro. Quisiera entender. Yo soy madre de una adolescente y de un niño de seis años que sí es adicto a la computadora. Muchas horas de mi vida la paso sentada junto a él porque me da miedo que buscando Spiderman encuentre algo desagradable (y Spiderman es tópico predilecto de las páginas pornográficas). No soy panista, me encantan los besos en la calle pero, ¿dejaría que mi hijo viera la portada de Ruy Sánchez?

No es la primera vez, dice Alberto, que mis portadas son censuradas. En México, más que un tribunal moral del gobierno o de las editoriales, la censura viene de las tiendas, especialmente de las cadenas de autoservicio, cuyos vendedores o directivos tienen criterios más estrechos que en las librerías. ¿Qué protegen cuándo censuran una obra de arte? ¿A quién salvan de qué perversión? Por supuesto, la sensibilidad estrecha, la moral de cerradura, la hipocresía tienden a reproducirse. A buscar que nadie sienta o piense distinto.

La disensión no es pornográfica, es, en primera instancia, la salvaguarda de nuestra individualidad y por eso es peligrosa. La comercialización, la masificación y la aparición de un omnipresente censor universal son el verdadero Apocalipsis, pienso, mientras me uno a la causa y llamo a mi hijo para que suba la foto en este blog.

jueves, 12 de febrero de 2009

Zaid, Vargas Llosa y el Tri: la literatura light y la fama.



No he querido leer las disculpas que Rafael Márquez ofrece a la afición mexicana por, nuevamente, hacerse expulsar en “un partido decisivo”. Los que deseábamos fervientemente que la esperada derrota del Tri diera paso a la expulsión definitiva del sueco de nombre impronunciable, nos hemos amanecido con el obnubilamiento de la Federación Mexicana de Fútbol: “Ericksson se queda”.


No me lleva un espíritu chauvinista al solicitar su pálida cabeza sino el precario conocimiento de un deporte al que he sido aficionada desde hace muchos años; pasión que me llevó a pegar en mi diario los recortes del Esto cuando México perdió 6-0 frente a Alemania en el Mundial de Argentina. (Digo esto para que se entienda que, aun sin ser una especialista, sin ser tampoco Villoro, tengo algún conocimiento sobre el tema). En aquel triste momento, que atesoro como uno de los días más aciagos de mi adolescencia, ocurrió como nunca antes el endiosamiento mediático de una selección inútil. (Recuerdo con particular desagrado aquel anuncio televisivo donde “El gonini” Vázquez Ayala anunciaba Televisores Zenith, detergentes, o algo así, y la imagen mil veces repetida del famoso “niño de oro” y adláteres). A partir de entonces, todo ha sido lo mismo: imágenes e imágenes de un glorioso fracaso anticipado, aunque eso sí, harto divertido (hasta que lloramos).


Dejo la sección de deportes y me dispongo a continuar mi trabajo sobre la revista Vuelta. El tema de hoy: la que considero última polémica literaria del siglo pasado: la “literatura light” vs la “literatura difícil”. Pero la muina no me deja continuar. Todo tiene que ver con todo, pienso, cuando releo el artículo de Vargas Llosa aparecido en el último número de Letras Libres, “La sociedad del espectáculo”, y me siento parte de ese circo romano: el espectáculo en la cancha que lleva al individuo a desencadenar “instintos y pulsiones irracionales que le permiten renunciar a su condición civilizada y conducirse, a lo largo de un partido, como miembro de la horda primitiva.”


Concéntrate, me digo. El asunto es la literatura light. Vuelvo a Vargas Llosa: “No es por eso extraño que la literatura más representativa de nuestra época sea la literatura light, es decir, leve, ligera, fácil, una literatura que sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo (y casi exclusivamente) divertir. [...] La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción.”


Entonces me acuerdo del libro que recientemente ha publicado Gabriel Zaid, El secreto de la fama (Lumen, 2009), donde vemos ya tipificado el ascenso al poder (y a la fama) del mediocris habilis, el “perfecto incompetente que acaba siendo el número uno” no por ser el mejor o el más apto, sino porque ha sido el “más competente en competir, acomodarse, administrar sus relaciones públicas, modelarse a sí mismo como producto deseable, pasar exámenes, ganar puntos, descarrilar a los competidores, seducir o presionar a los jurados, conseguir el micrófono y los reflectores, hacerse popular, lograr que ruede la bola acumulativa hasta que nadie pueda detenerla”. Pienso en nuestros seleccionados y hasta en el sueco, pero también en muchos otros miembros “ilustres”, “mediáticos”, de nuestra República de las Letras.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El Premio de Poesía Aguascalientes 2009. "La gran gratuidad de la poesía"


Después del bochornoso episodio que el año pasado ensombreció al Premio Aguascalientes —y no, ciertamente, porque se le considerara desierto; mucho menos porque se haya premiado la obra de Gerardo Deniz— me alegra que este año el jurado conformado por Francisco Hernández, María Baranda y Luis Vicente de Aguinaga, haya elegido como ganador, entre 302 participantes, a un poeta de larga trayectoria —Permanencia en los puertos (1982), La presencia desierta (1986), Oro (1990), Trinidad (1992), Vigilias (1994), El reflejo de lo oscuro (1997) y Poesía y espíritu (1998), entre otros— y, lo más importante, de trabajo poético consistente, original: Javier Sicilia (1956).

Imagino que ser jurado, en las circunstancias actuales, no debe ser tarea sencilla. Desde hace varias semanas se preparan avalanchas de críticas por el mero gusto de establecer polémicas cobijadas en el anonimato; críticas que, en este caso, será difícil mantener antes de leer el libro premiado: Tríptico del desierto. Será necesario leerlo antes de lanzar las piedras.

Por lo pronto, en entrevista, Sicilia recordó uno de los pilares de la poesía que es, quizá, ya el único producto humano que se ha resistido a la comercialización: "Escribir poesía es el último de los grandes actos gratuitos, el único que no ha sido contaminado todavía, gracias a Dios y a los poetas, por el mercado. Es la gran gratuidad y la gran alegría". Enhorabuena.

lunes, 2 de febrero de 2009

The Price of Luxury / El precio del lujo

Ya está arriba el número 15 de Literal, correspondiente al invierno, y la revista puede bajarse aquí.


Dice su editorial que hablar del lujo en medio de una de las crisis más agudas que se han enfrentado puede parecer suicida, sin embargo, son muchas las perspectivas desde las que este tema puede abordarse y a eso se dedican varios de los artículos que conforman esta entrega. Particularmente me gustan, desde lugares diametralmente opuestos, los de Yvon Grenier, Margo Glantz y la obra de la tan mentada Leibovitz.


Pero el número no se dedica únicamente al lujo. Robert Fisk, el conocido defensor de la causa palestina y durante muchos años corresponsal en Oriente Medio para The Independent, discurre sobre el uso del lenguaje periodístico para escribir suavemente la guerra. Así inicia Fisk: “Parte de mi campaña contra los periodistas, o algunos de ellos, se debe al uso de las palabras, o tal vez debería decir, del uso cobarde de ellas. Tomé la decisión de hablar de este tema porque la jerga de los medios también tiene que ver con el uso antropológico de las palabras. Palabras terapéuticas, palabras suaves que tienen significados ‘modernos’, pero no dicen nada”.


Encontramos también un texto de David Medina Portillo sobre Jorge Volpi (“Transgénicos u orgánicos. Sobre algunas mentiras contagiosas”), donde el autor desmenuza el último libro de Volpi y advierte, entre otras cosas, que: “Extrañamente, a lo largo de todas las páginas de Mentiras contagiosas al escritor jamás se le ocurre una reflexión sobre la pertinencia o no de sus ideas al respecto. La omisión no es menor porque los términos de la discusión no son los mismos con los que lidiaron nuestros paisanos de la modernidad tardía. Darío no tiene que exponerse ya ante una minoría educada y hastiada de sí misma, aquella que dio origen a la explosión de las vanguardias europeas. Para Volpi, en cambio, la suerte se libra ahora entre los cubículos del multiculturalismo profesoral, un adefesio de la corrección política que llegó a finales de los años ochenta del siglo pasado a infestar la valoración de las artes en Estados Unidos.”


Dos ganadores del Pullitzer (Junot Díaz y Óscar Hijuelos) son entrevistados por Literal y en la parte de Ficción se publica un cuento que de algún modo conversa literariamente con el tema de Fisk. No los periodistas, no los líderes: ¿a qué juegan los niños en la guerra?, ¿juegan?, se pregunta Rose Mary Salum en el texto “Alguien me llama”.